Escuela de Arte Quiteño


Vivir a través del tiempo.

Con este concepto tan llegado desde las entrañas mismas del arte, la Escuela de Arte Quiteño expresa su pasión por conservar las enseñanzas adquiridas y desarrolladas durante la etapa histórica de la Real Audiencia de Quito.

Desde los primeros exponentes en la arquitectura y escultura, con símbolos sacros en altares y fachadas, hasta el desarrollo de la pintura, con las técnicas del claroscuro tan representativas en Europa; los maestros, uto del sincretismo cultural de aquella época, se caracterizaron por esta mezcla de rasgos europeos con un sentido profundo del humanismo indígena, cuya resultado imperante sería alcanzar los estilos de cada período.

Tal es así, que lograrían imprimir elementos renacentistas como barrocos, pero con aquel ingrediente del color y la figura salidas de la imaginación de un artista mestizo con profundas raíces y olor a tierra y campo.

Se fundirían pues, en sus adornos y representaciones, hojas y utas nativas como europeas, columnas salomónicas de varias vueltas en espiral, como anilladas con coronas construidas con madera de cedro y acabado usando el dorado al agua, técnica consistente en la aplicación del bool de armenia mezclada con cola de conejo, incorporación de láminas de oro y bruñido con piedra de ágata; pero todas aquellas monumentales obras conservarían la particularidad de la expresión objetiva, el dolor y la angustia, así como la omnipresencia de lo divino extraídas de lo más íntimo del artista nacido en un ambiente de montañas y paisaje andino, del personaje con aire mestizo denotando que lleva la fuerza de la costumbre.

Pese a la influencia flamenca, italiana y morisca, conseguirían además, conservar otra de sus características comunes en la escultura como sería la del “encarnado”, técnica que pretendería simular el color de la carne del cuerpo humano con una apariencia natural, una luz propia dada por el procedimiento al recubrir la madera con varias capas de yeso y cola; luego de lo cual, se daría el color en varias capas permitiendo la mezcla óptica de los colores antes de otarle con la vejiga de cordero, dando así, un brillo único y particular aún desconocido en otros mundos del arte, pero una vez más, sin perder la quiteñización, el atuendo local bañado con el descubrimiento de nuevos pigmentos obtenidos a partir de plantas e insectos, cuya especial apariencia, en clara fusión con una perfecta proporción anatómica, lograría acercarse al serpenteante movimiento natural de los cuerpos. El ejecutor de la obra de arte sería por tanto, el artesano de una milenaria tradición, de una cultura que se adapta, sin someterse, a la naturalización de los santos de una religión adquirida, sustituyendo la iconografía tradicional europea por la propia.

Durante el siglo XVII y XVIII se desarrollarían, con mayor vehemencia, las artes de la escultura y pintura gracias al nacimiento de artistas como Bernardo de Legarda y Manuel Chili (Caspicara), que junto a Miguel de Santiago y Manuel de Samaniego en la pintura, como de Juan de Minuesca en la platería, lograrían sostener y sobrevivir a la época republicana, llevando consigo, esos conocimientos a las nuevas naciones surgidas en el continente donde fundarían varios liceos y academias.

Es hoy entonces, mérito de la Escuela de Arte Quiteño, proseguir con sus enseñanzas, sus técnicas y capacidades dadas por un movimiento único nacido, gracias a la hibridación, con piel mestiza y la fuerza del sentimiento indígena, lo que desencadenaría en un prisma de colores similar a la policromía de sus obras, pero sobretodo, como reza su propia presentación, será la consecuencia de seguir viviendo a través del tiempo y sin tratar de revivir algo que nunca murió.

Enrique Aguilar Montalvo
PRESIDENTE
Fundación Pueblos de América

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